Ludwig van Beethoven presentó su Novena sinfonía en Viena hace casi dos siglos, ansioso por el éxito. A pesar de su sordera, recibió un estruendoso aplauso, ya que Viena se convirtió en su hogar lejos de casa. Beethoven rechazó ofertas para mudarse y permaneció en la capital austríaca durante casi toda su vida. Baden, una ciudad balnearia cerca de Viena, marcó profundamente su vida y fue un lugar crucial para su recuperación de problemas de salud.
En Baden, Beethoven encontró la tranquilidad y la inspiración necesarias para componer. Los paseos por el campo y los baños en los manantiales medicinales lo ayudaron a recuperarse físicamente y a nutrir su creatividad. La presión que sentía para terminar su Novena sinfonía era palpable mientras se alojaba en la Casa Beethoven, ahora convertida en un museo. Finalmente, completó la sinfonía en Viena y los intensos preparativos previos al estreno se llevaron a cabo en mayo de 1824.
La Novena sinfonía rompió las normas al incorporar la voz humana a una sinfonía, lo que la hizo más susceptible de ser utilizada con fines ideológicos por grupos como los nazis y comunistas. Sin embargo, los versos de la "Oda a la alegría" de Friedrich von Schiller transmiten un sentimiento de unión universal. Desde 1985, este cuarto movimiento se ha convertido en el himno oficial de la Unión Europea, simbolizando la paz y la solidaridad.
Jochen Hallof, visitante de la Casa Beethoven en Baden, afirma que la Novena sinfonía de Beethoven le llevó por un camino de humanismo y lo inspiró a abogar por la paz en lugar de la guerra. La pieza sigue siendo interpretada en destacadas salas de conciertos de Europa, manteniendo viva la esencia de la obra y transmitiendo un mensaje de esperanza y unión. Beethoven, a través de su música, logra conmover y trascender barreras ideológicas y culturales, dejando un legado eterno en la historia de la música clásica.