Pablo mantuvo en secreto durante 42 años el abuso que sufrió por parte del sacerdote Alfonso Pedrajas, conocido como el padre "Pica", en el Colegio Juan XXIII en Cochabamba, Bolivia. A raíz de la publicación de un diario donde el sacerdote reconocía los abusos, se desató un escándalo que llevó a la apertura de una investigación contra 23 religiosos de la Compañía de Jesús. Pablo finalmente confesó a su esposa que fue una de las víctimas del padre "Pica".
El padre Pedrajas informó a varios superiores de los abusos que cometió, pero nadie lo denunció ni lo apartó de las víctimas, lo que evidencia una protección institucional de la iglesia. La apertura de la investigación llevó al presidente boliviano a condenar las conductas aberrantes y a pedir a la justicia acceso a los archivos e información sobre las denuncias. La Compañía de Jesús pidió perdón por el dolor causado y ofreció un canal de escucha para las víctimas.
Pablo compartió su historia de abuso, que comenzó cuando tenía 11 años en el internado del Colegio Juan XXIII. Durante dos años, el padre "Pica" lo sometió a abusos sexuales, generando en él sentimientos de asco, miedo y vergüenza. A pesar de la dureza de la situación, Pablo no pudo contar a nadie lo que estaba viviendo debido a la lejanía de su familia y la falta de medios de comunicación.
El abuso que sufrió en el colegio afectó su autoestima, generando una lucha interna entre sentirse orgulloso por sus logros académicos y sucio por lo que experimentó. La falta de reconocimiento y apoyo por parte de los compañeros y profesores en el colegio también contribuyó a su silencio. Solo cuando salió el diario del padre Pedrajas y se unió a una asociación de sobrevivientes de abuso sexual eclesial, Pablo pudo liberarse del secreto y comenzar un proceso de sanación.
La revelación del abuso también cambió su relación con la Iglesia y con Dios, ya que dejó de verla como representante de lo divino. Ahora busca su espiritualidad de manera más personal, encontrando a Dios en la naturaleza y en la bondad de las personas. Hablar sobre su experiencia le ha liberado de un peso emocional y le ha permitido conectarse con otras víctimas que compartieron vivencias similares en el Colegio Juan XXIII.
La historia de Pablo pone de manifiesto la importancia de romper el silencio en casos de abuso y de buscar apoyo para sanar las heridas emocionales causadas por este tipo de experiencias traumáticas. A través de la denuncia y la unión con otras víctimas, se puede exigir justicia y reparación, así como cuestionar las estructuras que han encubierto y protegido a los perpetradores. Para Pablo, hablar sobre lo que vivió es el primer paso hacia un proceso de sanación y empoderamiento.