La infantilización se manifiesta a través de la sobreprotección, el control excesivo y la falta de estímulo a la independencia en los niños mayores y adolescentes. Estos jóvenes pueden presentar deficiencias en su desempeño escolar, dificultades para cuidarse a sí mismos, un lenguaje pobre y un pensamiento lento. Además, su comportamiento puede ser inseguro y reaccionar con ansiedad ante situaciones nuevas.
La figura materna suele desempeñar un papel fundamental en la infantilización, ya que una madre sobreprotectora y controladora puede limitar la autonomía de su hijo y anular su identidad. Esto se ve acentuado cuando la madre sobrefunciona y no permite que el hijo realice tareas cotidianas como vestirse, bañarse o realizar sus deberes. En la etapa adulta, el reto para el hijo infantilizado es lograr su autonomía y distanciarse de la fusión con la madre para establecer relaciones funcionales con otras personas, como su pareja.
La infantilización afecta negativamente el desarrollo emocional y la autonomía de los niños mayores y adolescentes, ya que les impide desarrollar habilidades para enfrentar los desafíos de la vida. Esta situación puede tener consecuencias a largo plazo, como dificultades para establecer relaciones interpersonales saludables, tomar decisiones por sí mismos y desarrollar la autoestima. Es importante que los padres sean conscientes de este fenómeno y eviten caer en patrones de comportamiento que perpetúen la infantilización de sus hijos.
Para evitar la infantilización, es fundamental que los padres fomenten la autonomía, la independencia y la responsabilidad en sus hijos desde edades tempranas. Esto implica permitirles tomar decisiones, asumir consecuencias de sus acciones y realizar tareas apropiadas para su edad. Además, es importante que los padres establezcan límites claros y consistentes, que fomenten la confianza en sí mismos de sus hijos y les permitan desarrollar un sentido de autoeficacia.
En resumen, la infantilización es un fenómeno en el que los padres tratan a los niños mayores y adolescentes de una manera que no corresponde a su edad cronológica, limitando su autonomía y desarrollo emocional. Esto se manifiesta a través de la sobreprotección, el control excesivo y la falta de estímulo a la independencia de los jóvenes. Para evitar este problema, los padres deben fomentar la autonomía, la responsabilidad y la independencia en sus hijos desde temprana edad, permitiendo que desarrollen habilidades para enfrentar los desafíos de la vida de manera saludable y funcional.