La vitamina D es un nutriente esencial para la salud ósea, el sistema inmunológico y la prevención de diversas enfermedades crónicas. Contribuye a la absorción de calcio, fortalece los huesos y protege contra enfermedades como la osteoporosis. También tiene un papel importante en la función muscular, nerviosa y el sistema inmunológico, ayudando al cuerpo a combatir infecciones y reduciendo el riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2 y ciertos tipos de cáncer.
La falta de vitamina D puede causar síntomas como fatiga, dolor muscular y óseo, debilidad muscular y cambios en el estado de ánimo, e incluso aumentar el riesgo de abortos espontáneos en mujeres embarazadas. En los niños, la deficiencia de esta vitamina puede llevar al raquitismo, una enfermedad que afecta el desarrollo óseo. Las causas de la deficiencia pueden ser una ingesta dietética insuficiente, problemas de absorción o exposición limitada al sol, entre otros.
Algunos grupos de riesgo para la deficiencia de vitamina D incluyen bebés amamantados, adultos mayores, personas con enfermedades digestivas, obesidad u aquellas que han pasado por cirugía de derivación gástrica. Para aumentar los niveles de vitamina D en el cuerpo, se pueden incluir alimentos ricos en esta vitamina en la dieta, como pescados grasos, hígado de res, queso, hongos y yema de huevo, además de productos fortificados. La exposición al sol también es una fuente importante de vitamina D.
En caso de que los niveles de vitamina D sigan siendo bajos a pesar de mejorar la dieta y la exposición solar, se puede recurrir a suplementos bajo supervisión médica. Estos suplementos pueden ser en forma de pastillas o líquidos, y es importante seguir las indicaciones de un profesional de la salud en cuanto a la dosis, frecuencia y duración del tratamiento. Mantener niveles adecuados de vitamina D es fundamental para la salud ósea, muscular, inmunológica y en la prevención de enfermedades crónicas.