Juan Pablo Duarte y Díez, uno de los fundadores de la República Dominicana, falleció el 15 de julio de 1876 en Caracas, Venezuela. En 1884, el gobierno de Ulises Heureaux trasladó sus restos a la República Dominicana y lo declaró Padre de la Patria junto a Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella, siendo sepultados en el Altar de la Patria en 1944. Duarte fue un político con una conducta casi impoluta y una habilidad política notable, demostrada con la organización de La Trinitaria en 1838, precursora del movimiento independentista dominicano.
El deseo de Duarte por la independencia dominicana lo llevó a participar en la revolución haitiana que derrocó a Boyer en 1843. Sin embargo, su objetivo era alcanzar la independencia de su país, por lo que tuvo que exiliarse en Venezuela junto a otros compatriotas perseguidos por el gobierno haitiano. En ausencia de Duarte, la dirección de la lucha independentista quedó en manos de Francisco del Rosario Sánchez y José Joaquín Puello, quienes continuaron con la causa hasta lograr la independencia el 27 de febrero de 1844.
Después de la independencia, Juan Pablo Duarte enfrentó algunas críticas por parte de compatriotas sin compromiso patriótico, pero el reconocimiento de su labor fue evidente cuando regresó al país el 15 de marzo de 1844, siendo recibido con una gran celebración. Nacido el 26 de enero de 1813 en Santo Domingo, Duarte provenía de una familia dedicada al comercio en la zona portuaria de la ciudad, siendo el cuarto hijo de once procreados por Juan José Duarte Rodríguez y Manuela Díez Jiménez, con hermanos también implicados en la causa independentista.
La historia de Juan Pablo Duarte destaca su valentía y entrega a la causa independentista de la República Dominicana, siendo reconocido como Padre de la Patria junto a Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella. Su destacada habilidad política y su firme lucha por la independencia marcaron un hito en la historia de la nación dominicana, siendo recordado como un héroe nacional cuyos restos descansan en el Altar de la Patria, lugar de honor para los fundadores de la nación. Su legado perdura en la memoria colectiva de la República Dominicana, inspirando a las generaciones futuras a seguir defendiendo la libertad y la soberanía del país.