El régimen Ortega-Murillo en Nicaragua se prepara para un traspaso de poder basado en su propio círculo de confianza con el objetivo de continuar su proyecto familiar dictatorial. En los últimos meses, se han intensificado las señales de una sucesión dinástica en el país, ya que el régimen encabezado por Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo muestra signos de agotamiento y falta de propuestas para el futuro. Multitudinarias protestas en 2018 y 2019, así como altos niveles de abstención electoral en 2021, demuestran el descontento de la población. A pesar de esto, los Ortega-Murillo persisten en permanecer en el poder y han optado por la vía familiar.
Una señal clara de este traspaso es la reestructuración acelerada de los círculos de poder, con la remoción de funcionarios y colaboradores que ya no son de confianza, lo que ha generado nerviosismo entre quienes se consideraban leales. Las purgas muestran que la estructura de poder está cambiando para asegurar la continuidad autoritaria. El régimen ha intensificado el control policial y la persecución transnacional para asegurar el control y llevar a cabo la sucesión dinástica.
Ortega ha acumulado diecisiete años como presidente de Nicaragua y desde su regreso en 2007, ha trabajado en establecer su proyecto autoritario. La sucesión en Nicaragua ha adquirido características de una dinastía, con otros miembros de la familia preparándose para tomar el poder. Rosario Murillo, esposa de Ortega, es la principal sucesora, habiendo adquirido poder a través de los años y asumiendo roles clave en el gobierno y en el FSLN.
Murillo ha construido un círculo de personas leales dentro del partido y el gobierno, ejerciendo un férreo control sobre las instituciones estatales. Otros miembros de la familia Ortega-Murillo tienen roles clave en el gobierno sin nombramientos oficiales, y se encargan de dirigir medios de comunicación y empresas del grupo económico. Sin embargo, el proyecto familiar dictatorial enfrenta problemas de legitimidad y respaldo popular, debido al agotamiento del modelo y el creciente descontento en el país.
La sucesión en Nicaragua se perfila como un momento clave que podría abrir oportunidades de cambio democrático o fortalecimiento del autoritarismo. El régimen ha optado por la radicalización autoritaria en respuesta al descontento creciente, buscando mantener el control a través de la reestructuración del poder, la represión y el control ciudadano, la justificación legal de sus acciones y la destrucción del capital social de organizaciones ciudadanas. La oposición democrática enfrenta desafíos para presentar una propuesta de transición democrática a la sociedad y la comunidad internacional.
Elvira Cuadra Lira, directora del Centro de Estudios Transdisciplinarios de Centroamérica, analiza la situación política en Nicaragua y advierte sobre los posibles escenarios de sucesión y las implicaciones para la democracia en el país.